La Era Meiji, El Nacimiento del Japón Moderno

El año 1868 marcó el final del shogunato Tokugawa, que había gobernado Japón durante más de 250 años, y la restauración del poder imperial. Así empezó la era Meiji, durante la cual un país aislado y feudal entró de lleno en el mundo moderno en el curso de unas pocas décadas.

El 3 de enero de 1868 el nuevo emperador de Japón, Mutsuhito, reclamó para sí el derecho a ejercer el poder que desde 1603 había sido delegado en los shôgun del clan Tokugawa. Este acontecimiento, conocido como la Restauración Meiji, cambió drásticamente el rumbo de un país que había vivido durante más de dos siglos prácticamente aislado del mundo exterior. La Era Meiji, que empezó oficialmente el 23 de octubre de 1868 y duró hasta la muerte del emperador el 30 de junio de 1912, supuso el salto precipitado de Japón al mundo moderno.

La Era Meiji, que duró entre 1868 y 1912, supuso el salto precipitado de Japón al mundo moderno.

La sociedad nipona experimentó en pocos años cambios radicales, posiblemente la transformación más rápida y profunda de su historia. La rápida industrialización y el desarrollo del comercio estimularon la migración a las ciudades en un país que hasta entonces había sido mayoritariamente rural. La escolarización gratuita y el fin de las viejas estructuras sociales dieron nuevas oportunidades a las capas más humildes de la sociedad. Finalmente, las influencias extranjeras cambiaron la arquitectura, la moda y las costumbres. El propio nombre de esta época es muy esclarecedor: los caracteres con los que se escribe Meiji significan “reinado iluminado”.

UNA REVOLUCIÓN EXPRÉS

Desde su ascensión al trono, el nuevo emperador tuvo muy presente la urgencia de modernizar e industrializar el país. Aunque en los años anteriores a la Restauración había un fuerte sentimiento contrario a la apertura al exterior, el sentido práctico imponía este cambio: otros países asiáticos habían sido colonizados por potencias europeas, directa o indirectamente, debido a su desventaja tecnológica. Si Japón no quería sufrir el mismo destino, debía industrializarse y aprender a tratar con Occidente usando sus mismos medios. Había otros dos factores que aconsejaban este cambio: la oportunidad de convertirse en una potencia asiática a expensas de sus vecinos continentales y la posibilidad de renegociar, llegado el momento en que tuviera fuerza suficiente, los tratados internacionales que le habían sido impuestos en los últimos años del shogunato.

HACIA EL JAPÓN MODERNO

Tres cambios en particular tuvieron una profunda repercusión. El primero fue la construcción de una extensa red de ferrocarriles, que conectó el país de forma rápida por primera vez. El segundo, la apertura al comercio internacional, que generó en Europa y Estados Unidos una auténtica fiebre por los productos japoneses -el llamado “japonismo”-. Ambas cosas provocaron una gran demanda de mano de obra que estimuló la migración desde las áreas rurales hacia las grandes ciudades.

Finalmente, la medida más decisiva fue implementar un sistema de escolarización completa basada en el modelo europeo, desde escuelas primarias hasta universidades. Esto por un lado generó una gran disponibilidad de profesionales cualificados y por otro puso la educación al alcance de todo el mundo, ya que anteriormente era un privilegio reservado a los hijos de los nobles. Aun así, las clases altas seguían contando con ventaja, ya que podían enviar a su prole a estudiar al extranjero.

EL FIN DE LA ERA DE LOS SAMURÁIS

Pero la modernización del país chocaba de forma inevitable con las viejas estructuras sociales, dominadas por la nobleza feudal; en particular los samuráis, que habían sido la espina dorsal del aparato administrativo durante más de dos siglos. La paz prolongada durante el shogunato Tokugawa los había convertido en burócratas más que en guerreros y se buscó la manera de integrarlos en el nuevo sistema: aunque formalmente Japón era un imperio, se introdujo un sistema parlamentario basado en el modelo europeo y muchos antiguos samuráis entraron en él como políticos o burócratas. Los antiguos dominios feudales, cuyos señores gobernaban a su antojo, fueron abolidos y sustituidos por prefecturas que dependían de un gobierno central.

A pesar de que fueron abolidos la mayoría de los privilegios de la antigua nobleza -entre ellos, el derecho de portar espadas como símbolo de su estatus-, a muchos de ellos les esperaba un puesto en la nueva administración y a menudo un nuevo título que, bajo denominaciones occidentales como marqués o conde, suponía una renovación de su condición de nobles. Los que no entraron en política se encaminaron hacia los negocios, especialmente en las lucrativas industrias navales y de la construcción. Por otra parte, el ejército se modernizó y el servicio militar se extendió a los hombres de cualquier extracción social.

El proceso no se hizo sin complicaciones: en 1877 estalló una revuelta en Satsuma, en el suroeste del país. La rebelión estaba liderada por Takamori Saigô, un samurái que había apoyado activamente la Restauración pero que ahora encabezaba un grupo de descontentos con la dirección que estaba tomando el país y lo que consideraban el abandono de la identidad japonesa. La revuelta duró ocho meses, pero el modernizado ejército imperial la aplastó y Saigô, coherente con sus principios, se suicidó mediante el ritual del seppuku. Con él terminó la era de los samuráis y del antiguo Japón: su historia serviría de inspiración para la película El último samurai.