El Seppuku, La Despedida del Samurái

Para salvar su honor y dar una muestra postrera de valor, desde el siglo XII los míticos guerreros de Japón se suicidaban mediante un método terrible, el hara kiri.

El código del samurái escrito por Yamamoto Tsumemoto en el siglo XVII decía: “El camino del samurái es la muerte”. Con ello no se refería tan sólo a la muerte del guerrero en combate, sino también a su deber de suicidarse antes que aceptar la rendición. Desde los períodos más antiguos de la historia japonesa se pusieron en práctica diversos métodos de suicidio de honor, como el de arrojarse a las aguas con la armadura puesta o tirarse del caballo con la espada en la boca.

Pero el más conocido y emblemático fue el de rajarse el vientre con un puñal: el llamado hara kiri o, según el término más formal, seppuku. Aunque seguramente surgió con anterioridad, el primer caso documentado se remonta al siglo XII, concretamente a 1180, cuando el septuagenario samurái Minamoto no Yorimasa, al verse herido y acorralado al término de una batalla, se quitó la vida de ese modo.

El código del samurái escrito por Yamamoto Tsumemoto en el siglo XVII decía: “El camino del samurái es la muerte”

En el Japón feudal, la decisión de suicidarse puede explicarse por el deseo de avanzarse a la muerte que esperaba a los prisioneros, que podía ser muy dolorosa (por ejemplo, se practicaba la crucifixión), y evitar la deshonra que ello suponía para el samurái y su clan. Aun así, el suicidio era un recurso excepcional, pues no era raro que los samuráis derrotados pasaran a luchar bajo otra bandera si ello aseguraba la supervivencia de su linaje. Por otro lado, el seppuku obligatorio podía dictarse por un tribunal como una modalidad de pena de muerte para el samurái.

EL CORTE DEL NÚMERO DIEZ

Resulta extraño a nuestros ojos que se eligiera un método de suicidio tan doloroso. El samurái se evisceraba ejecutando un corte horizontal y otro vertical en el estilo jumonji o “del número diez”, por el ideograma que dibujaban los tajos . El objetivo era cortar los centros nerviosos de la columna, lo que provocaba una larga agonía; por ello, aunque se consideraba honroso inmolarse solo, se acostumbraba a emplear a un “segundo”, el kaishakunin, para decapitar al suicida tan pronto como se apuñalase.

Sin duda, un método tan brutal se entendía como una suprema manifestación de coraje. También se explica por la creencia de que en el bajo vientre residían el calor y el alma humanos y que, abriéndolo, el suicida liberaba así su espíritu: en el término hara kirihara significa a la vez “vientre” y “espíritu”, “coraje” y “determinación”.

El seppuku se realizaba mediante un ritual perfectamente codificado y que se aplicó hasta el final de la historia de los samuráis, en 1871. El diplomático inglés Freeman-Mitford, que presenció en 1868 un seppuku obligatorio, dejó una descripción muy detallada. La escena tenía lugar en un jardín cerrado. El samurái que iba a inmolarse iba vestido de blanco, como los peregrinos o los difuntos, y acompañado del kaishakunin, normalmente un amigo o sirviente de confianza, aunque podía ser designado por las autoridades cuando el seppuku era aplicado como pena de muerte. En este caso, un oficial leía la sentencia y después se permitía al reo pronunciar un alegato.

El reo “tomó el puñal ante sí; lo miró melancólicamente, casi afectuosamente; por un momento parecía que había reunido sus pensamientos por última vez Durante esta enfermizamente dolorosa operación nunca movió un músculo de la cara”

Tras el alegato, el reo se sentaba y un asistente le ofrecía el arma: el wakizashi, un sable corto (a menudo desmontado para hacerlo más manejable, de modo que se empuñaba directamente por la hoja envuelta en una tela) o bien el tanto o puñal. Tras escribir un poema de despedida, se abría el vestido, tomaba el arma e iniciaba su macabra manera de morir que Freeman-Mitford relató así: “y entonces, apuñalándose profundamente bajo el vientre en el costado izquierdo, desplazó el puñal lentamente hacia el costado derecho y, llevándolo hacia arriba, efectuó un leve corte hacia lo alto”.

A continuación, el kaishakunin “se irguió tras el samurái”, de cara al sol o la luna para no revelar su sombra, “desenvainó y lo decapitó de un solo golpe”. Luego limpió su arma y se inclinó. En la ceremonia del seppuku, el reo podía saltarse el primer paso y en lugar de apuñalarse se le ofrecía una simbólica daga de madera. Tras el ritual, la cabeza del muerto era presentada a los oficiales y tras limpiarla la enviaban a la familia del suicida para que le diera sepultura.