Onna-Bugeisha, Las Mujeres Guerreras de Japón
Durante una buena parte de la historia de Japón, la guerra fue el modo de vida de las clases nobles. Los relatos de samuráis y señores feudales dejan constancia también de la existencia de mujeres que, defendiendo sus castillos o en el campo de batalla, luchaban por la supervivencia y el honor de sus familias.
Samuráis y ninjas han despertado la fascinación por la cultura guerrera de Japón desde que el país se abrió al resto del mundo a mediados del siglo XIX. Pero a menudo se olvida la presencia de las mujeres que también tuvieron un papel muy importante en un mundo donde la guerra era el pan de cada día y saber usar las armas era fundamental: eran las onna-bugeisha, “maestras del combate”.
Tenemos constancia de ellas por las crónicas históricas o literarias, aunque su papel varía enormemente según la época. Eran mujeres pertenecientes a la nobleza militar que, o bien se encargaban de la defensa de sus castillos mientras sus maridos estaban en campaña, o a veces participaban ellas mismas en las batallas en campo abierto.
LAS PRIMERAS GUERRERAS
La existencia de mujeres guerreras en Japón está documentada de forma fidedigna a partir el siglo XII, aunque mucho antes ya encontramos una figura semilegendaria en la emperatriz Jingû, que habría liderado una supuesta invasión de Corea a principios del siglo III. Su existencia es muy discutida ya que solo existen fuentes literarias sobre ella, pero es el modelo en el que se basa la imagen de la onna-bugeisha, incluyendo su característica arma, la naginata.
Atendiéndonos a los registros históricos, la mayoría de las que se tiene constancia lucharon en las Guerras Genpei (1180-1185) o en el periodo Sengoku (1467-1568), dos etapas de guerra civil entre los muchos clanes que gobernaban un Japón dividido. Una de las primeras que se conocen fue Tomoe Gozen, que luchó al servicio del clan Minamoto durante las Guerras Genpei: el Cantar de Heike, una obra clásica de la literatura japonesa, dice que “valía por mil guerreros y, a caballo o a pie, habría combatido incluso a un dios o un demonio”. Aunque no se ha podido demostrar que su figura sea totalmente histórica, el Cantar de Heike tuvo una profunda influencia en el ideal de la onna-bugeisha, una guerrera preparada para luchar hasta el último aliento por su señor o su clan.
LAS ERA DE LAS ONNA-BUGEISHA
El periodo Sengoku (1467-1568) representó la época de mayor prominencia de las onna-bugeisha. Esta etapa de más de cien años en que los señores feudales guerreaban constantemente entre ellos requería que las mujeres del clan estuvieran preparadas para defender sus castillos, por lo que recibían entrenamiento en artes marciales y en el uso de diversas armas. A finales de esa época los portugueses introdujeron las modernas armas de fuego en Japón, que marcaron una diferencia muy importante en este tipo de batallas defensivas.
Ejemplos famosos de guerreras de esa época son Myôrin, una monja budista que tomó las armas al servicio de varios señores; Yodogimi, concubina del poderoso señor feudal Hideyoshi Toyotomi, que murió defendiendo el castillo del clan; o Yuki no Kata, esposa de un samurái que luchó junto a su marido al servicio de Toyotomi.
LAS ÚLTIMAS SAMURÁIS
El siglo XVII empezó con la consolidación del shogunato Tokugawa, que durante más de 250 años gobernó Japón y puso fin a las guerras civiles, salvo algunas insurrecciones puntuales. Esto cambió drásticamente el papel tradicional de la clase guerrera, tanto hombres como mujeres: los samuráis se convirtieron en burócratas y las mujeres, que ya no debían defender los castillos, en administradoras del patrimonio y educadoras de los hijos. Los señores ya no buscaban en su esposa a una guerrera capaz de proteger a su familia y su feudo. Como consecuencia, la práctica de las armas entre las mujeres se redujo notablemente y pasó a ser una disciplina marcial más que un entrenamiento con finalidades prácticas.
A mediados del siglo XIX, el estallido de la Restauración Meiji sumió de nuevo al país en un grave conflicto interno entre los partidarios del shôgun y los que apoyaban al emperador. En una de las últimas etapas del periodo, la llamada Guerra Boshin (1868-1869), las fuerzas proimperiales atacaron a los últimos partidarios del shogunato Tokugawa en el dominio de Aizu (actual prefectura de Fukushima). En la batalla participó Takeko Nakano, una mujer de estirpe samurái que organizó la última e infructuosa defensa del feudo: murió en el combate, no sin antes pedirle a su hermana que le cortara la cabeza y la escondiera para no convertirse en un trofeo en manos del enemigo.
En esa misma batalla participó Yae Niijima, quien consiguió sobrevivir y ponerse a salvo. En las décadas siguientes participó en la primera guerra sino-japonesa (1894-1895) y en la guerra ruso-japonesa (1904-1905), pero esta vez como enfermera. Con ella terminó la historia de las onna-bugeisha, aunque aún le quedaba un último combate por librar: Niijima se convirtió en una de las primeras activistas por los derechos de las mujeres en su país. Incluso después de dejar las armas y el campo de batalla, el espíritu de las mujeres guerreras de Japón nunca se apagó.